Conocí a mi tío Camillo y a la tía Italia, en Roma cuando tenía 16 años, ya que yo vivía en Maracaibo y cuando ellos venían a Caracas, no coincidíamos con ellos. Me impresionó la tía Italia cuando la vi por primera vez en el aeropuerto de Roma: una señora muy elegante, vestida con un “tailleur” azulmarino con rojo y blanco y la cara igualita a la de mi papá, que había muerto hacia un año. Luego fuimos a su casa (apartamento) que siempre me pareció bella y elegante. Por esa época, tenía poco trato con ellos.
Luego fui conociendo más al tío Camillo en las cenas en casa de tía Myriam, una persona con muchos conocimientos y muy buenas “historias”. Cuando estoy en su casa de Roma, me espera detrás de la puerta a las 4 PM: ¿porque qué tanto hacen esas niñas –una de ellas casi sexagenaria- en la calle tan tarde?
Resulta que nos está esperando para tomar el ron y whiskey, y contarnos todas sus historias de cuando estuvo en la guerra y después prisionero en la India. Recuerdo en especial la de un militar que lo dieron por muerto en un naufragio, lo condecoraron post mortem, y luego apareció vivito y coleando y no sabía que hacer con la condecoración. También otras historias: de su noviazgo con la tía Italia en Nápoles, de su venida a Venezuela a trabajar en Maracaibo hacia el año 1936. Nos contó de su abuela que iba a tomar el té con la Reina de Italia (y nos enseñó además la invitación para que no fuéramos a creer que era un cuento).
Tío Camillo: nunca me olvidaré de esas tertulias en el salón de tu casa con esa vista tan bella del jardín y del árbol que el constructor del edificio y vecino de la Planta Baja, quería cobrarte en el precio de tu apartamento.
Te quiero mucho, Annabella
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