Querido Camillo:
En ocasión de tus cien años tengo que felicitarte porque son pocos los que logran esta hazaña. Esto se debe seguramente a que tú eres una persona de hábitos muy sanos y desde el punto de vista mental, muy ecuánime, siempre decides lo que es más conveniente.
Cuando yo te conocí, en Nápoles, tú eras el novio de mi querida hermana Italia y acababas de graduarte de abogado, pero vestías un uniforme de oficial del ejército que incluía una capa que medía unos 50 cts. de ancho por unos dos metros de largo, que se ponía en los hombros y servía de abrigo. Yo tenía entonces trece años y me impresionó ese porte marcial, tal era el ambiente militarista que imperaba en la Italia de entonces.
En esa fecha mi papá anticipaba una nueva guerra mundial y quería llevar a toda la familia de regreso a Venezuela, antes de que esta estallara y te ofreció un trabajo en la Joyería Cupello que tú en principio aceptaste y así, el 12 de Junio de 1936, tu y yo salimos hacia Caracas en el vapor “Orazio” y poco después el resto de la familia se reuniría con nosotros.
Unos meses más tarde tú e Italia se casarían y decidirían regresar a Italia, aceptando el riesgo de una guerra. Cuando caíste prisionero, en Libia, acá en Caracas tuvimos muchas dificultades para traer a Venezuela a Italia, Carlos y a Josefa María, pero finalmente logramos que pudieran salir en el ultimo barco que partió de Lisboa, luego pasamos muchas angustias porque ese barco podía ser atacado por los submarinos alemanes.
Finalmente llegaron con bien a Caracas y yo le dije a mi sobrino Carlos que yo iba a ser su papá, hasta que llegara el de él. Recuerdo que un día Carlos llegó llorando a la casa, porque un muchacho de su escuela lo había molestado, yo en tres días le enseñe todos los trucos de lucha libre que había aprendido en mi niñez, que le fueron útiles, ya que ganó unas cuantas peleas y no lo molestaron mas.
La guerra terminó en 1945, cuando fuiste liberado del campo de prisioneros de guerra y finalmente tu y tu familia se establecieron en Roma, adonde empezarían una nueva vida. Quiero mencionar solo un episodio que ilustra el éxito que tuviste, tanto en tu vida personal como profesional: Recuerdo que cuando se iba construir el edificio donde residirían varias familias, entre ellas la tuya propia, cada uno quería construirlo a su manera y no se llegaba a ningún acuerdo. Tú fuiste el “apagafuegos”, el único que pudo lograr un consenso común para que se pudiera terminar la obra.
Creo que esta ecuanimidad, que mencioné antes, junto a tu rectitud y el respeto que siempre has inspirado te han ayudado a formar una familia ejemplar y a lograr todas las importantes posiciones que tuviste luego, en el Ministerio del Transporte de Italia.
De nuevo, Felicitaciones.
Tu cuñado, Enrique
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