El cuento de Ñau.-
Sobre las anécdotas que reúne Myriam Mercedes festejando el centenario del tío Camillo segurísimo que casi todas se referirán a lo espléndido, recatado, amable de su persona y sé que en algunas vendrá incluida su costilla la tía Italia, por aquellos que tuvieron la dicha de hospedarse cuando aún convivía el matrimonio Tosti Cupello. Mi historia, que sucede en ese periodo y en realidad son dos, no destacan las citadas bondades de la pareja y si una faceta de ellos disgustados que estoy seguro muy pocos experimentaron pero lamentablemente yo sí y he aquí mis experiencias:
A finales de la década de los setenta, como todos de la familia de visita en Roma, pernocté en Vía Mangili y no hacia mucho que “cacos” profesionales habían penetrado el apartamento robando casi todas las valiosísimas pinturas heredadas por el tío Camillo.
En consecuencia, había instalado un sofisticado sistema de alarmas con sensores automáticos y manuales; y como quedé en la habitación de Carlitos el tío enfáticamente (por los menos en tres oportunidades) me rogó no tocara un “switch” con un bombillito rojo ya que era la alarma para alertar al conserje sobre un robo, y yo por supuesto le garanticé que eso nunca sucedería. Lo que tal vez se percataba el tío y yo desconocía, era el despiste natural Cupello, (como lo llamaba el tío Rafael Risquez “estiercolis mentis”) que a medida que nos refuerzan una acción, lo imbécil se concentra para terminar haciendo lo opuesto. Luego de cepillarme los dientes, empijamarme, apago la luz para acostarme y
“¡AyCarajo!”
Reacciono ipsofacto e intento devolver el switch a su posición original pero que vá, el bombillo alumbraba tal cual burdel vacio. Rezando que el conserje estuviera haciendo cositas con su esposa o estuviera de vacaciones, apago la luz verdadera y me acuesto acobijándome de pies a cabeza esperando lo peor. Pasado cinco minutos me tranquilizo un poco, y ya cerrándose mis parpados, de repente, a través del tejido de la cobija observo relámpagos azules y rojos sobre el techo que cada vez se multiplicaban más y más inundando la alcoba de Carlitos tal cual las discotecas que él solía visitar antes de Helge (y después también). A los minutos escucho pasos por las escaleras y luego el timbre. Esperaba el Apocalipsis ya que el tío Camillo aunque bonachón a la vez irradiaba reciedumbre por lo de la guerra y eso era lo que más temía. Efectivamente, sin tocar, de un solo tirón abrió mi puerta de par en par y allí estaba con su cara más rosada que nunca acompañado por un carabinieri, el conserje y el metido del mayordomo que no se “que vela tenía en aquel entierro”. El peo que me armaron los cuatro fue monumental entendiendo únicamente la palabra “cretino” y “vergogna”. Menos mal que la tía Italia se llevó al tío Camilo a su cuarto ya que le falto poco para colgarme de la lámpara y el carbinieri hubiera tenido que regresar a recoger mi inerte cuerpo. (creo que el switch todavía existe al lado del closet).
La segunda historia sucede exactamente al día siguiente:
Mi mamá había ordenado le comprara un pastorcito “Capodimonte” (que siempre me parecieron horrorosos) y la tía Italia como siempre se ofreció acompañarme a la tienda. Ya en el taxi hablábamos sobre las Osorio (la familia de mi madre) especialmente de las locuras de la “Chacha” (Isabel) cuando de repente su rostro se transforma tornándose aun mas roja que la de su esposo la noche anterior, comenzó a lanzar barbaridades como la napolitana que era (¿tal vez nació en Maracaibo?).
Gracias a Dios que esta vez los insultos no eran dirigidos hacia mí y si al taxista quien hábilmente nos tenia rodando por toda Roma y de esta manera aumentar la cuenta del taxímetro convirtiendo a la hasta ese entonces “la mas santa de mis tías” en una verdadera fiera. Poco faltó para que se fueran a las manos ya que el chofer tampoco era mudo, terminando el asunto en que Alicia Italia arroja unas liras al asiento delantero por lo que ella consideraba era el precio justo, halándome fuera del coche perplejo aun de su súbito cambio de personalidad.
Cohibido, esa noche me presento a la cena, con la casualidad que había llegado Beatriz Berti diluyendo algo mi ansiedad y vergüenza; para nada ya que todo volvió a la normalidad, entendiendo que los Tosti Cupello italianos al fin, eran prontos en manifestar enojo y eternos para ser los más exquisitos familiares.
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